En algún lugar de América Latina

Por: José Alberto Colín


Para todos los latinoamericanos:

Hermano, hermana, lee esta carta, es el reflejo de tu vida, nuestra historia en el lugar donde hemos vivido. Me atrevo a llamarte por un nombre fraternal porque hablamos la misma lengua, compartimos tradiciones y el espíritu festivo siempre nos caracteriza. No le tememos a la muerte, incluso la veneramos. Sabes algo que nos acompaña día a día: no nos dejamos pisotear. Podremos no ser los más acaudalados pero no es pretexto para que nos humillen.

Fuimos considerados "el nuevo mundo" por los conquistadores europeos. Nos arrebataron riquezas, tierras y creencias. Los vimos como dioses, pero no lo eran; ellos eran ladrones de cultura. Nos impusieron religión y hasta un nuevo idioma. Abandonamos lo que creíamos, porque ellos nos señalaron en qué debíamos pensar. No ofrecimos resistencia, hasta algunos grupos se aliaron con ellos con tal de vencer a su semejante. ¿Las consecuencias? Nos quedamos sin identidad.

Sin embargo, de eso ya pasaron más de 500 años. El patrón no podía reproducirse una y otra vez, dejar que un grupo de la élite se crean los "nuevos conquistadores". Tenemos voz para manifestar nuestro descontento y manos para estrecharlas en momentos difíciles. Sabes, agradezco que hablemos español, así nos comprendemos.

Sigo tu lucha y confío que tú persigues la mía. Te apoyo de las maneras que estén a mi disponibilidad y de las que no, trato de ver cómo solucionarlo para ayudarte. Aquí no importa la edad, sexo, religión ni mucho menos la profesión, porque cuando se pelea contra una injusticia o se busca brindar auxiliar a otro en peligro, todo eso pasa a segundo término.

Debemos poner en práctica la solidaridad. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe señala que somos 625 millones de habitantes capaces de ser solidarios, desde Tijuana (México) hasta la Patagonia (Argentina). En la estadística la cifra es perfecta, pero en la realidad no. Algo falla y está en nosotros remediarlo. Pensamos que la búsqueda de justicia de uno no afecta al otro; por el contrario, repercute en todos.

Te pregunto, ¿conoces a alguien que piense que los jóvenes no deben organizar marchas, o eres tú el que lo piensa? Sí, afectan el tránsito en vialidades importantes, razón por la cual llegarás tarde al trabajo ese día. Pero ellos no pretenden conseguir ganancias individuales, sino colectiva. Los estudiantes se unen, sin fijarse si provienen de una escuela pública o privada. Anteponen la educación de las futuras generaciones a la suya.

¿Tienes hijos, hermanos, primos, sobrinos, amigos niños o adolescentes estudiantes o que quieren una oportunidad por ingresar a los colegios? Piensa en ellos cuando veas desfilar a una innumerable fila de jóvenes, mientras consiguen mejores condiciones para todos. No deberías criticarlos, mejor apláudeles porque gracias a ellos puedes conocer a próximos profesionistas.

Sigue de modelo a aquellas personas que no privilegian los eventos deportivos a las necesidades sociales. Son en estos casos cuando los políticos celebran albergar mundiales de cualquier actividad física, pero prefieren ignorar las carencias de la gente. Fingen estabilidad en el tiempo de duración de la competencia mas la población no se calla: para ellos, es mejor invertir en el sector salud a gastar una cantidad exorbitante de dinero en complejos fugaces.

Te doy un ejemplo: Tlatelolco, México en 1968. No fue la primera movilización de estudiantes en el país, pero sí la más representativa. Miles de jóvenes salieron a la calle a exigir al entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz que invirtiera en el sector público. La negativa fue contundente. Hombres con un guante blanco como distintivo trataron de silenciar aquellos cánticos con balazos. No importó, las pancartas pudieron más que las descargas de las armas.

Octubre fue un mes de sangre. Los libros de texto se mancharon con la sangre de sus lectores, los estudiantes. La prensa, la radio y la televisión callaron; los familiares de las víctimas, no. Faltan dos años para que se cumplan cinco décadas de ese fatídico hecho y aún se conmemora el segundo día del décimo mes del año.

Espero que no hayas perdido a ningún ser querido a manos de la impunidad del gobierno. De ser así, no dudo que les reclames a las autoridades porque te quitaron de la vida a alguien que significaba mucho para ti. Seguro los funcionarios que trabajan por darte seguridad (fallan rotundamente) no te escucharán. ¿Tienes idea de quiénes replicarán tu grito de justicia? La sociedad.

Sé que esto no te suena extraño, como una historia ficticia. Lamentablemente, has escuchado o vivido acontecimientos así, una persona muerta y el responsable porta uniforme de seguridad, tal vez pantalón de vestir fino como los que utilizan los empresarios influyentes. A ellos, el número de desaparecidos no les importa; pueden ser 2, 43, 2890, superar un millón y ellos viven tranquilos, se pasean con la mente en paz mientras nosotros pedimos un cuerpo para darle el último adiós.

En fin, mientras caminan por las calles y entonan a todo pulmón su repudio a los gobernantes, poco importarán las piernas cansadas, las bocas sedientas y los brazos entumecidos de tanto elevarlos al aire. Mirarás a tu derecha y a tu izquierda. Sabes que no estás solo, de la multitud consigues sacar fuerza de flaqueza para continuar tu recorrido. Al final, sueltas una sonrisa de felicidad pero no conformista. Han logrado enjuiciar a "los intocables", ponerlos tras una celda.

Todo eso sucede cuando hay asesinatos a manos del Estado, aunque también hay desastres que no podemos evitar: los naturales. No existe ningún impedimento para dotar de víveres a los afectados, desprendernos de algunos billetes con tal de proveer al damnificado. Cualquier auxilio es bien recibido. Ningún huracán, terremoto o maremoto ha podido más que nuestra solidaridad. En cada caso nos reponemos.

Nuestra incansable campaña de apoyo es documentada por cámaras fotográficas. Las tomas dejarán a la posteridad la unión de los pueblos. Los responsables son los fotógrafos, incluso en muchas ocasiones no acuden a las manifestaciones a capturar momentos, sino también a ser partícipes de las marchas. Congelan fragmentos de la realidad, pruebas inequívocas de los pasos dados. .

Gracias por leerme, hermano, hermana. Sé que hay miles de desaparecidos y muertos. Sé que podemos tener miedo mas no es excusa para quedarnos con los brazos cruzados. Somos latinoamericanos, somos sobrevivientes, somos valientes. Debemos de cambiar la mentalidad: si entre nosotros no nos apoyamos, ¿entonces quién?

No firmo esta carta con un nombre único, porque escribí por todos los latinoamericanos que necesitan de tu solidaridad y, en el fondo, tú requieres de ellos, aunque todavía no te des cuenta. No te angusties, has abierto los ojos y sabes que cuentas con un numeroso respaldo. Latinoamérica es fuerza, comunión, dignidad y, sobretodo, un continente solidario. Créelo. 

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