Imágenes para ver-te: la existencia a través del otro

Por Daniela Sagastegui


México es un país de tradiciones, de diversidad y de contradicciones. Se alaba el clamor de tener un suelo fértil en recursos, de ser la mezcla entre dos culturas, del color y la alegría; sin embargo, pesa en la psyché colectiva el castigo por ser diferente. Pero ésta no es la contradicción más grande del mexicano: la memoria del mexicano es dual: corta y larga a la vez, la experiencia en balde. No es sencillo aprender de los errores y la nación lo sabe perfectamente. Los mexicanos han olvidado que la gran escisión social ha sido la causante, no sólo de injusticias, sino también de la mayoría de los problemas económicos, políticos y hasta culturales de la historia nacional.

En 1941, un historiador norteamericano, Lesley Byrd, publicó una obra sobre México que se convirtió en clásico: Many Mexicos. La tesis central era la existencia de varios Méxicos en el espacio-tiempo, en la cultura y la cosmovisión. Siendo los últimos dos aspectos donde se apreciaban las diversidades --divisiones-- más peligrosas. La unidad mexicana se quedó en una promesa incumplida y ahora es un tabú hablar del tema: ¡Impensable que un país de mestizos discrimine! ¿¡Qué dirían los países del sur; peor aún los del norte?! Pero ahora más que nunca es una urgente discusión que se debe entablar.

¿Pero, cómo inicia este gran problema social? Siguiendo la política maquiavélica, en cualquier gobierno generar demasiada unidad en la comunidad puede guiar a la caída del régimen establecido; sea cual sea su situación, --aunque éste es más vulnerable aun cuando se trata de un gobierno opresor--. Resulta, entonces, imperioso generar un distanciamiento entre la misma sociedad; con lo cual la comunicación se corte y las posibilidades de un levantamiento disminuyan notablemente al encontrarse, la propia comunidad, como una extraña entre ella misma.

Existen diversas maneras de generar dicha brecha, ya sea por motivos económicos, sociales o políticos, el gobernante necesita asegurar su posición. Las castas utilizadas durante la época colonial son la epítome de la división jerárquica y distanciamiento entre la sociedad que pueden existir; pues utilizan, precisamente, los tres componentes, englobándolos, así, en uno solo.

Partiendo del color de la piel --una preocupación imperativa dentro del círculo europeo-- se dividió a la población en diferentes estratos, los cuales, si bien partían de las etnias y clasificaban un status social, iban más allá con implicaciones político-económicas.

Uno de los primeros estudiosos en el ámbito de castas fue Manuel Abad y Queipo, obispo de Michoacán, quien clasifico las castas por su consumo anual y representación en porcentaje de la población. Queipo denotaba tres sectores principales de la población. En principio estaba la clase alta conformada por españoles, quienes representaban un 10% de la población y su gasto equivalía a un 6.12% de ingreso per cápita. En segundo lugar, estaban los mestizos, el equivalente a la clase media, conformaban un 18% de la población y su ingreso per cápita era de un 1.19%. Finalmente se encontraban los indígenas, la clase baja y podría decirse paupérrima, de la sociedad, ellos eran el 72% de la sociedad (innegable mayoría) con un ingreso exclusivamente de 0.24%.

Las conclusiones obtenidas por el obispo exigían una mejora en las condiciones de vida de los indígenas, quienes representaban una abrumadora mayoría y, en consecuencia, el motor económico del país. Así, se pensaba (similar a la propuesta de Lincoln) que la esclavitud en la que se encontraban perjudicaba mayormente al país y a la corona que lo que la beneficiaba. Empero, sus consejos y peticiones fueron echados al vacío, pues en principio tuvo poca repercusión ante la burocracia española y, cuando finalmente se hizo oír, el resultado fue por completo perjudicial. Fue severamente juzgado y acusado de diversos cargos por traición a la corona (de los cuales posteriormente sería absuelto). De tal suerte, nunca prosperaría su visión de una economía equitativa y por ende más provechosa para la nación.

A pesar de las notables diferencias de privilegios y posiciones en el mandato de la nación, siempre existió una grieta en el sistema por la cual la continua mezcla étnica y socio-cultural generaba en realidad un sentido de comunidad. Éste, aunado a su descontento individual (es decir por sector), terminó en una Independencia intercultural ante la corona española.

No obstante, la lucha no terminó ahí... Posterior a la Independencia, se trató de volver a silenciar a las voces de la mayoría. El mayor grado de esto sucedió en el Porfiriato, donde se implementó una nueva forma de esclavitud: el peonaje. Era el sistema de las tiendas de raya: endeudarse para sobrevivir y condenar a los descendientes al mismo destino. El libro México Bárbaro de John Kenneth Turner logró capturar esta división de clases y de etnias para hacerla conocimiento mundial.

Inclusive posterior a la revolución, la espalda mexicana seguía cargando con este enorme malestar social. Tan sólo la pregunta: ¿Cómo se han representado en México, a través de los diferentes medios, a los indígenas? Obliga a pensar en la polémica histórica que la "otredad" indígena suscita en la sociedad. La manera de retratar las colectividades indígenas fue siempre uno de los indicadores de la actitud que grupos influyentes adoptaron ante el "problema indígena".

Desde literatura, hasta música; desde la antropología, hasta la pintura: se trató de abordar esta problemática de integración social y cultural; de reivindicarlos y de crear una cultura nacional inspirándose en sus universos culturales previos y presentes tras la época revolucionaria. Dicha etapa se caracterizó por la búsqueda de una identidad nacional, en pos de unir a un pueblo que largamente había vivido las guerras y separaciones creadas desde la conquista española.

Los gobernantes no tardaron en darse cuenta del cine como instrumento ideológico formador y moralizador. A partir de la década de 1920, se inició con diversas experimentaciones en este lenguaje y así en 1930, inició su auge. Con argumentos ya establecidos, tomas, cortes y la llegada del cine sonoro comenzó lo que es conocido como la época del Cine de Oro de México.

Se estableció, como menciona Federico Dávalos, una estética oficial, derivada del trabajo etnográfico realizado en el país. Fue un nacionalismo superficial: un cine de contenido social educador y propagandístico que se dirigía a un público masivo. Este proyecto fue auspiciado por la propia Secretaria de Educación Pública y tenía como propósito institucionalizar las bases culturales de identidad y generar así la unificación social que justificara la Revolución Mexicana y sentará las bases socio-políticas de la nación.

Bajo este contexto, resulta clave analizar el tratamiento que se dio a la figura del indígena para entender la concepción actual del mismo en la sociedad. De la Peña establece que no existe una reivindicación ni un mensaje de equidad; lo que hay es una criminalización o condescendencia (depende del caso) a esta figura. Se le estereotipa como un animal salvaje, o como un "buen salvaje"; como violenta o como víctima pasiva; como supersticiosa e ingenua. Se lleva la sobre-simplificación que acentúa las diferencias y se "caricaturiza" a dicho personaje.

Resulta curioso que incluso en películas que pretendían ser integradoras y abogar por las virtudes del indígena, se lleve a éste a un extremo que le da pertinencia y, por tanto, excluye a estos, al marcarlos como diferentes y denotar que su trato, para bien o para mal, debe ser diferente al resto de la población. Se trata, en palabras de este investigador, de: "Patrones instaurados en el momento en que el cine comenzó a erigirse como una industria nacional, a partir de los años 30".

Esta es la herencia de la televisión, del nuevo cine y de las representaciones culturales en general: un creciente racismo que persiste en el color de piel como marca discriminatoria de éxito, belleza y felicidad. Ya no se trata sólo de lo indígena; sino de lo no eurocéntrico, lo diferente, lo tradicional. Este síntoma social es resultado de un sinfín de factores, entre los que destacan el agudizado estereotipo publicitario y la importación excesiva de programas televisivos de Estados Unidos de Norteamérica.

Como ejemplo, una Encuesta Nacional sobre Discriminación en México, realizada por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), enuncia que el 20% de los mexicanos "no están felices con su color de piel". Por otro lado, 24 de cada 100 mexicanos confiesan que se han sentido discriminados "por su apariencia física". Otra encuesta (Encuesta Nacional de Indígenas) realizada por la UNAM reveló que 72.2 por ciento de los ciudadanos consideran que sí hay racismo en el país y exhibe esa discriminación desconociendo la riqueza de las lenguas indígenas e inclusive a tan solo tres grupos originarios.

Lo que se encuentra, actualmente, es una política centralista que va más allá del manejo político: una social. Se toma a la cultura metropolitana como la "educada" y el prototipo de lo que debería ser México. En consecuencia se expresa, a la vez, la fragmentación anteriormente mencionada, cayendo en un racismo muy particular: aquel dado dentro de la propia comunidad al no tener los estándares establecidos como idóneos del mexicano "culto".

Pese a esto, existe un tabú al hablar de la dinámica divisoria; de enunciar al problema tal cual; de decir "México es racista y los mismos mexicanos lo hemos hecho así". Se trata de un país que ha tenido profundas divisiones sociales, pero esconde los problemas bajo la alfombra como el niño a quien su madre le ha ordenado limpiar su cuarto. Un interminable "Ellos contra nosotros"; lo indígena contra lo español, lo urbano contra lo rural, el progreso contra el pasado, ricos contra pobres, la piel clara contra la oscura: México, siempre en guerra con sí mismo.

Ahora más que nunca resulta apropiado y hasta obligatorio sacar ese polvo acumulado bajo el tapete: hablar del problema, para crear conciencia entre la población misma y obligarla a mirar lo que ha hecho; a hablar de ella y tratar de solucionarla. Imágenes para ver-te hace precisamente eso.

Se trata de una exposición que reflexiona en torno al racismo en la sociedad mexicana a través de documentos, fotografías, pinturas, esculturas, gráficos y objetos. Su​ intención es mostrar el racismo implícito en la imagen que prevalece en la sociedad. Es una invitación a mirar al que es diferente y a mirarse a sí mismo; a dejar de ver como desigualdades las diferencias que existen entre los humanos, para invitar a que la sociedad aprenda a​ no discriminar ni permitir ser discriminado.

La variedad de recursos permite un análisis claro que va desde la conquista hasta nuestros días; desde la esclavitud hasta la sátira de las nuevas tecnologías. Las implicaciones que conlleva son tan profundas como la innegable conclusión: somos en tanto el otro existe, somos el otro y sólo a través de ellos podemos crecer, desarrollarnos, darnos valor.

Esta imperdible exposición nos permite reflexionar sobre la inexorable necesidad de interacción en los procesos humanos, los cuales implican la necesidad de hacer referencia a las consecuencias históricas que éstas tienen en la sociedad. Pues el bagaje histórico socio-cultural queda afectado de por vida, siendo trasladado de generación a generación y enriqueciendo así, una cultura en infinita reconstrucción.

Exposición: Imágenes para ver-te

Ubicación: Museo de la Ciudad de México - Zona A planta alta

Duración: del 16 de mayo al 25 de septiembre de 2016

Horarios: de martes a domingo, 10:00 - 18:00 hrs.

Costo: $29

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