Obsesión surrealista a contratiempo
Por Andrés Sánchez
Yo creo firmemente en la fusión de esos dos estados, aparentemente tan contradictorios, el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, de suprarrealidad.
-André Bretón, Primer Manifiesto Surrealista, 1924.
Se dice que uno no elige sus obsesiones, que son casi inherentes a la persona que las profesa; puedes tratar de ocultarla en tu bolsillo como una galleta pero siempre se te antojará darle una mordida. Son morbosas al grado que te impiden tener una vida normal, lo que se agradece porque obsequia las más bellas locuras de las que se puede ser testigo.
Salvador Dalí, oriundo de Figueras, España, es quizá uno de los hombres con las
más excéntricas obsesiones, un poco más que su personalidad. Contrario desde
siempre a los estándares y amante de lo estrafalario, de lo políticamente
incorrecto, de la belleza distinta y, sobre todo, un soñador. No es un
personaje sencillo de comprender, quizá por eso buscaba a Sigmund Freud para
que analizara sus obras, y lo demuestra a través de su arte que alcanzó tanto
la pintura, como la escultura, la ilustración, la publicidad y hasta la moda.
Todo inicia en el Museo Soumaya Plaza Loreto, un recinto pequeño en comparación con su versión de Polanco, ubicado en el sur de la ciudad, rodeado de tiendas de ropa de diseñador y restaurantes caros. Una sala está dedicada a este loco ejemplar, una sala que parece poco ante lo grandioso de la obra que ahí se resguarda. Cuatro partes parecen ser la mecánica ideal para mostrar lo que el maestro creaba en sueños mezclados con una absurda realidad.
Dalí ilustrador da cuenta de la parte aficionada de Dalí, presentando gráficamente lo que se plasma en libros, sobre todo de Miguel de Cervantes, pero también lo que él imagina, una mezcla Daliniana que atestigua su culto por la literatura hispánica; también se encuentran sus Inspiraciones clásicas, un homenaje a los mitos griegos que se transforman en la mente de Dalí para dar forma a figuras inquietantes con gavetas en el cuerpo, que dejan salir los deseos reprimidos de vez en cuando; la Marca Dalí no era estable, cambiaba tanto como su humor y se modificaba en cada sueño inspirador, por eso se presentan las distintas firmas que usó el artista a través del tiempo, dejando una huella clara de a quién pertenecían esos delirios; el Surrealismo es claro, en ningún otro lugar podrías caminar entre elefantes con patas de araña y relojes que se derriten, un ángel montando un caracol o un torso femenino que se parte por el vientre para mostrar su interior putrefacto del que sale un huevo de fertilidad, suave por dentro pero resistente por fuera.
Esos cuatro ejes de sus obsesiones cobran vida en cada pieza de cobre y pátina verde o negra; en cada lienzo adornado con pinceladas que plasman un sueño que se trasmite visualmente; el tiempo parece derretirse entre las manos como los relojes dalinianos. A pesar de lo limitado del espacio y de las contadas obras que se muestran, las horas no son suficientes para apreciar con detalle mientras se camina entre Venus con cuello de jirafa, mujeres en llamas, ángeles y cuerpos vacíos; Dalí es contagioso, sus obsesiones se vuelven tuyas.
Podría describir con mayor detalle lo que ahí acontece, pero la experiencia es única e irrepetible, hace falta verlo con ojos propios, interpretarlo con locura propia. Que baste saber que recomiendo ir lo antes posible, antes de que septiembre llegue y antes de que den las seis de la tarde, hora en que cierra el museo y los relojes de Dalí se detienen (siempre a la misma hora). De las obsesiones no se puede escapar, por eso cuando el tiempo comience a derretirse, prepárate para gritar como Dalí: "No pueden expulsarme porque: ¡El surrealismo soy yo!".
Dalí. Obsesiones se presenta como exposición temporal en el Museo Soumaya Plaza Loreto. Se puede ir de 10:30 a 06:30, sábados hasta las 10:00. Los martes las obsesiones descansan.