Una chispa solitaria y las guerras nacen
Por: Abigail Bonilla Méndez
Lunes por la mañana. Arriban a la escuela secundaria Thomas Alba Edison #161 Alejandro y su mamá, al mismo tiempo que Juan y su papá.
En la pared cuelga un calendario, al lado una pizarra con post-it de colores por todas partes; estantes con libros, folders, papeles y expedientes decoran la oficina de la orientadora, quien les da los buenos días. Todos toman asiento. Como juez, la orientadora da la palabra a los acusados.
El pasado viernes Alejandro llegó a su casa con un comportamiento diferente-relata su mamá-. No comió bien, estaba desganado y con sueño. No era normal, "llegué a la conclusión de que algo le había sucedido".
Alejandro decide ser el primero en narrar lo sucedido y el por qué de sus acciones.
"El prefecto me indicó que no dejara salir a ninguno de mis compañeros, como jefe de grupo me pidieron mantener el orden. Entonces les di las instrucciones a los del salón.
"Debía hacer una lista con los nombres de quienes no obedecieran las instrucciones del prefecto, así que le pedí a una compañera que si por favor me podía ayudar con eso. Cuando metí mi mano para darle las indicaciones sentí un jalón, me asomé y vi a Juan colgado de mi brazo, le dije que me soltara, pero dejó caer más su peso".
Alejandro: tez apiñonada, melena lacia y de casquete mediano. Mide 1.50 m de estatura y su cuerpo es delgado. Contrario a su compañero.
"Tuve que pedirle a un amigo que me ayudara, me cargó para que Juan no siguiera haciéndome palanca. Todos los del salón empezaron a gritarle que me soltara, pero no hacía caso, hasta que le aventaron un bote de basura fue que me liberó.
"La verdad estaba molesto, no le hice nada para que se comportara así conmigo. De hecho cuando él llegó a la escuela, al ver que nadie le dirigía la palabra, le empecé a hablar y fue cuando me enteré que había tenido problemas de conducta en su escuela anterior.
"Cuando abrieron la puerta me abalancé sobre él, estaba en el rincón, entre el escritorio y la pared, y le pegué, hasta que mis compañeros nos separaron".
Juan: robusto, de 1.65 m de altura, tez trigueña y rizos acicalados con una mezcla transparente. Su vista rebota en las cuatro paredes, respira hondo.
"Yo no hice nada, no entiendo por qué dice que fui yo. Además ¿Qué ganaría con hacerle eso? Soy nuevo en esta escuela, casi no conozco a nadie, ¿por qué me buscaría problemas? Yo fui el agredido por todos los del salón, ellos me aventaron un bote de basura". Sus palabras chocan con su lengua, mientras que sus manos abren y cierran, se abrazan y sueltan.
Ha hecho una pausa, pasan los segundos y continúa: "él les dijo a todos que me golpearan, que lo ayudaran", concluye su participación.
Ambos ya han contado su versión, ahora suben al estrado los abogados de los infantes: sus padres.
La mamá de Alejandro reconoce que la respuesta de su hijo no fue adecuada, cree
que lo correcto era acudir con algún profesor y comentarle lo ocurrido. "No quiere decir que acepte que suspendan a mi hijo, pues él fue el agredido".
El papá de Juan no está de acuerdo desde que comenzó la reunión (lo externa). Considera que el compañero de su hijo fue el agresor en conjunto con los otros alumnos. La orientadora también asume el papel del jurado, escucha ambas partes. como jueza, estipula "lo mejor sería que cada quién se quede con su golpe" y asevera que este tipo de situaciones no volverán a ocurrir.

